Se coloca el antifaz antes de decir: «lo siento, no quise hacerlo». Cuando consigue el perdón, se lo vuelve a quitar.

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Donde está el miedo irrumpe el peligro. Nunca al revés.

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El último arsenal de compasión que debería preservar el hombre malo es no ceder a la tentación de fingirse bueno. Un ser maléfico que proclama «soy malo» puede redimirse y hasta glorificarse mediante esa sencilla advertencia.

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Si se trata de olvido, lo ideal quizá sería olvidar el mal que nos hacen pero no el que hacemos.

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La crítica más severa es aquella que no se dice, la que se queda atrapada en la bóveda palatina y no cruza la frontera de los dientes.

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La única y magnífica diferencia de unos con otros es qué hacen con su tiempo.

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Viste dardos venir desde los cuatro confines
y te los has clavado
creyendo que eran para ti
que todos los dardos envenenados del mundo eran sólo para ti.

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Bendito aquel que en la batalla no se alía y pierde solo, aplastado por un ejército.

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Viajar rápido, a la velocidad del corazón.

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La costumbre puede convertir lo más terrible en algo tolerable, normal y hasta amado.

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Los actos buenos no suprimen los actos malos.

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He visto al dragón prisma: el poder de lo que no existe.

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Un justiciero que no mancille la justicia: ¿dónde?

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Tú no sientes el dolor; tú lo creas.

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La desnudez más pura es la del corazón; y la más obscena, la de la mente.

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Remontar el castigo divino es descender a un estadio espiritual inferior.

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Lo que das ya no te pertenece. Si lo necesitas, pídelo como se pide lo quimérico.

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Unos usan la fuerza para salir, ascender, salvarse; otros, para resistir.

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El ángel es excluyente: te muestra en un espejo en el que sólo él se puede reflejar.